jueves, 11 de agosto de 2005

Garrik

Capítulo Tercero

Reir Llorando
Poema de Juan de Dios Peza


Viendo a Garrik -actor de la Inglaterra-
el pueblo al aplaudirle le decía:
“Eres el mas gracioso de la tierra,
y el más feliz...
"Y el cómico reía.

Víctimas del spleen, los altos lores,
en sus noches más negras y pesadas,
iban a ver al rey de los actores
y cambiaban su spleen en carcajadas.

Una vez, ante un médico famoso,
llegóse un hombre de mirar sombrío:
“Sufro -le dijo-, un mal tan espantoso
como esta palidez del rostro mío.

”Nada me causa encanto ni atractivo;
no me importan mi nombre ni mi suerte.
En un eterno spleen muriendo vivo,
y es mi única ilusión, la de la muerte”.

-Viajad y os distraeréis.
-¡Tanto he viajado!

-Las lecturas buscad.
-¡Tanto he leído!

-Que os ame una mujer.
-¡Si soy amado!

-¡Un título adquirid!
-¡Noble he nacido!

-¿Pobre seréis quizá?
-Tengo riquezas.

-¿De lisonjas gustáis?
-¡Tantas escucho!

-¿Que tenéis de familia?
-Mis tristezas.

-¿Vais a los cementerios?
-Mucho... mucho...

-¿De vuestra vida actual, tenéis testigos?
-Sí, más no dejo que me impongan yugos;
yo les llamo a los muertos mis amigos;
y les llamo a los vivos mis verdugos.

-Me deja —agrega el médico— perplejo
vuestro mal, y no debo acobardaros;
tomad hoy por receta este consejo:
“Sólo viendo a Garrik, podréis curaros”

-¿A Garrik?
-Sí, a Garrik... La más remisa
y austera sociedad le busca ansiosa;
todo aquél que lo ve, muere de risa;
tiene una gracia artística asombrosa.

-¿Y a mí, me hará reír?
-¡Ah!, sí, os lo juro,
él, sí; nada más que él; más... ¿qué os inquieta?
-Así -dijo el enfermo- no me curo:¡
Yo soy Garrik!... Cambiadme la receta.

¡Cuántos hay que, cansados de la vida,
enfermos de pesar, muertos de tedio,
hacen reír como el actor suicida,
sin encontrar para su mal remedio!

¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora!
¡Nadie en lo alegre de la risa fíe,
porque en los seres que el dolor devora,
el alma llora cuando el rostro ríe!

Si se muere la fe, si huye la calma,
si sólo abrojos nuestra planta pisa,
lanza a la faz la tempestad del alma,
un relámpago triste: la sonrisa.

El carnaval del mundo engaña tanto,
que las vidas son breves mascaradas;
aquí aprendemos a reír con llanto,
y también a llorar con carcajadas.

martes, 9 de agosto de 2005

La Muerte de Marciano

Capítulo Segundo


El Circo Romano
Poema de Juan Antonio Cavestany

Marciano, mal cerradas la heridas
que recibió ayer mismo en el tormento…
presentóse en la arena, sostenido
por dos esclavos; vacilante y trémulo.
Causo impresión profunda su presencia;
“¡Muera el cristiano, el incendiario, el pérfido!”
Grito la multitud con un rugido
por lo terrible, semejante al trueno;
como si aquel insulto hubiera dado
vida de pronto y fuerza al enfermo,
Marciano al escucharlo, irguióse altivo,
desprendióse del brazo de los siervos,
alzo la frente, contemplo a la turba
y con raro vigor, firme y sereno
cruzando solo la sangrienta arena,
llegó al pie mismo del estrado regio;
puede decirse que el valor de un hombre,
a más de ochenta mil impuso miedo,
porque la turba al avanzar Marciano
como asustada de él guardo silencio;
llegando a todas partes sus palabras
que resonaron en el circo entero:
- César - Le dijo - Miente quien afirme
que a Roma he sido yo quien prendió fuego,
si eso me hace morir, muero inocente
y lo juro ante Dios que me esta oyendo!
Pero, si mi delito es ser cristiano,
haces bien en matarme, porque es cierto:
creo en Jesús y practico su doctrina
y la prueba mejor de que en él creo,
es que en lugar de odiarte: ¡té perdono!
Y al morir por mi fe, muero contento -.
No dijo más, tranquilo y reposado
Acabó su discurso, al mismo tiempo
que un enorme león saltaba al circo
la rizada melena sacudiendo;
avanzaron los dos, uno hacia el otro,
él los brazos cruzados sobre el pecho,
la fiera, echando fuego por los ojos,
y la ancha boca, con delicia abriendo.

Llegaron a encontrarse frente a frente
se miraron los dos, y hubo un momento
en que el león, turbado, parecía,
cual si en presencia de un hombre tan sereno,
rubor sintiera el indomable bruto,
de atacarlo, mirándolo indefenso.
Duro la escena muda, largo rato
pero al cabo, del hijo del desierto
la fiereza venció, lanzó un rugido,
se arrastró lentamente por el suelo
y de un salto cayo sobre su victima.
En estruendoso aplauso rompió el pueblo…,
brilló la sangre, se empapó la arena
y aún de la lucha en el furor tremendo,
Marciano con un grito de agonía:
- Te perdono, Nerón - dijo de nuevo.
Aquel grito fue el último; la zarpa
del feroz animal cortó el aliento
y allí acabo la lucha. Al poco rato
ya no quedaba más de todo aquello
que unos ropajes rotos y esparcidos
sobre un cuerpo también roto y deshecho:
una fiera bebiendo sangre humana
y una plebe frenética aplaudiendo.